martes, 8 de marzo de 2016

Leer en preescolar


Cuando escuchamos la palabra preescolar muchas cosas nos vienen a la mente. Pensamos en salones de muchos colores, letras pintadas en las paredes, tacos con o sin números, mesas y sillas pequeñas, juguetes, canciones, y mucha diversión. Dependiendo del preescolar al que asistimos, también recordamos ese primer espacio donde aprendimos a leer y escribir.


Hoy en día el preescolar ha sido víctima de una competitividad que poco tiene que ver con el desarrollo del niño. El campo laboral ha afectado increíblemente las expectativas que se tienen en los salones de clase, bajando nivel a nivel desde la universidad hasta el maternal. Se asume que quien tiene mejor título universitario, obtiene el mejor trabajo; para obtener ese título se tiene que estudiar mucho y ser el mejor, uniendo poco a poco tal concepto de excelencia con la base que se tiene en el colegio.


Para muchos el aprender a leer y escribir a temprana edad es ideal, y quienes están de acuerdo con esto probablemente darán como razonamiento el hecho de que para entrar a un buen colegio se necesita de suficiente habilidad lectora. Por lo que los padres desde hace muchos años, buscan preescolares que ofrezcan ese soporte académico que sus hijos necesitan para ser exitosos. El problema está en que los preescolares cada vez más han sustituído el juego por la instrucción.


En Venezuela, para entrar a primer grado en colegios privados, es necesario aprobar una prueba de admisión que le exige al niño escribir y leer de manera medianamente fluida. Definir esta expectativa es un poco complicado, porque es una expectativa que ha perdurado en el tiempo por muchos años, aún cuando la edad para entrar a primer grado es de 6 años. ¡6 años!


Muchos han estudiado y escrito sobre la edad óptima para aprender a leer, y en su gran mayoría coinciden en que los 6 años es la edad idónea para iniciar a un niño en el aprendizaje formal de la lectura. Con esto estoy totalmente de acuerdo, y no es información nueva o controversial. Ahora bien, hace varias décadas a alguien se le ocurrió que los niños estaban listos para aprender a leer mucho antes que los 6 años, y que el aprendizaje de la lectura era algo que debía ser promovido en guarderías antes de iniciar la educación formal en primaria.


No digo que esta persona esté totalmente desquiciada, sólo digo que a mi parecer la idea se tomó de forma muy literal. Es cierto que un niño puede aprender a leer y escribir antes de los 6 años, pero depende de procesos cognitivos que no son idénticos en todos los niños. Generalizar ha sido el error, y esperar que todo niño aprenda a leer y escribir antes del primer grado es una presión para la cual se necesita mucha más madurez emocional y cognitiva, una madurez que niños de 5 años aún están desarrollando.


Con tal expectativa para entrar a primer grado, los preescolares han ido implementando programas académicos que cada vez se parecen más y más al mismo primer grado, suplantando momentos de juego por instrucción en lectura y escritura. Muchos dirán (para el asombro de muchos otros) que el colegio no es para jugar, y el problema de tal errada opinión es que sin el juego los niños están perdiendo una de las enseñanzas más importantes que las personas necesitan: el cómo ser persona.


Las habilidades sociales se aprenden en muchos escenarios diferentes, y a través de distintas experiencias. Existen padres que se dan a la tarea de criar hijos de bien, con valores y principios que aporten a la sociedad. Existen padres que se encargan de formar niños que aprendan a ser estudiantes que logren adaptarse a varios ambientes. Existen muchos padres que hacen hasta lo imposible por enseñar lo que es la resolución de conflicto, la toma de decisiones, el beneficio de tomar riesgos, y muchas otras habilidades sociales.


Sin embargo, la idea esencial del preescolar es aportar el ambiente para que a través del juego, los niños aprendan todas esas habilidades mientras comienzan su etapa de estudiantes. El juego es vital para la colaboración, la comunicación, y todas las anteriormente mencionadas, el juego con otros niños en un preescolar permite eso y muchas más oportunidades de desarrollo socio-emocional. Un niño con un crecimiento emocional adecuado, aprenderá a leer y escribir mucho mejor que un niño con inseguridades, problemas para socializar, y falta de habilidad para resolver conflictos o tomar riesgos.


No digo con esto que el preescolar debe ser limitado al juego o a la lectura, digo que la sociedad necesita entender que lo académico sólo es significativo y sólido, cuando el lado emocional ha sido ampliamente desarrollado. Soy testigo de preescolares donde el juego tiene mayor presencia, donde los maestros preescolares pueden hacer lo que sienten es el deber ser, enseñar al niño completo y no sólo al lector que tantos esperan surja antes del primer grado. En estos preescolares existen menos problemas en los recreos, menos agresividad, menos inseguridades; la lectura vendrá en su momento apropiado, pero ciertas habilidades sociales sólo se aprenden bien en momentos claves.


Para terminar una última reflexión, los niños nacen sin resentimiento a la lectura, ellos no están predispuestos a no querer leer o ver la lectura como algo fastidioso. El problema de la actitud hacia la lectura está en gran parte ligado a ese sentimiento de fracaso o esfuerzos con mediocres resultados que quizás se obtuvieron al intentar complacer a la maestra leyendo “Mi mama me mima”. La autoestima de un niño en preescolar es frágil, y si se ven forzados a aprender algo que su cerebro no está listo para asimilar, la confianza que tienen en lo que pueden lograr sufre increíblemente.

Los niños siempre indican cuando están listos para leer, muchos de ellos entre los 5 y 6 años muestran ese interés, otros quizás se tomen un poco más de tiempo y necesiten distintas modificaciones escolares. Hagamos caso y seamos coaches en el proceso para promover una actitud positiva hacia la lectura, en vez de pretender que los cerebros son cajas vacías que necesitan mucha más instrucción.


Juntos los talones, inclínate, y con la boca bien abierta di siempre: "Si, Su Majestad"